Puntilla a la vieja guardia. Bueno, casi...

Juan Carlos Rodríguez Ibarra es el último de los elefantes que toma la senda del cementerio. A este paso, el paisaje político español va a quedar irreconocible, ahora que se han ido Fraga, Bono, Maragall, Pujol, Aznar, Felipe...

En algunos casos podemos hablar del natural relevo generacional, pero en otros es público y notorio que a ZP no le tiembla el pulso a la hora de quitar de en medio a los que ponen en peligro su discurso entreguista y profundamente sectario.

El alcalde de La Coruña, Paco Vázquez, a rezar a Roma con el Papa. El ministro de Defensa, Pepe Bono, a su casa. Ibarra, a recoger bellotas al campo extremeño. ¿Su pecado? Su socialismo demasiado españolista, que eso ya no se lleva. En el frente vasco, los "desaparecidos" más notables son Nicolás Redondo Terreros y Rosa Díez, apartados por su beligerancia contra ETA y, otra vez, su identificación con posiciones "españolistas".

Sólo aguanta el presidente andaluz, Manolo Chávez, de cuya españolidad no dudo, pero que ha preferido vender su alma y mirar para otro lado como presidente de este PSOE "etiqueta roja". Y, más atrás, Alfonso Guerra, quien también se ha tragado sus palabras al frente de la Comisión Constitucional, donde no le hemos visto poner en práctica sus palabras en favor de la unidad de España, etc... Otro sumiso.

Pero... se me olvidaba. Hay otro primer espada de la vieja guardia que dura, y dura, y dura... Alfredo Pérez Rubalcaba, el "comando Rubalcabra" nada más y nada menos. Creo que no hay mucho más que decir al respecto... Este domingo, Pedro J. le dedicó su carta en "El Mundo". La revista "Tiempo" le dedica esta semana la portada y un artículo de fondo que quiero leer con detenimiento.

Es el que mueve los hilos, el que maneja el títere, el que saca a pasear al dóberman, el que pone el ventilador, el que controla la información sobre el 11-M, el que opera en la oscuridad, el que habla con ETA, el que filtra a conveniencia, el ex portavoz del gobierno de los GAL, el que hace y deshace... Una auténtica amenaza no sólo para nuestra democracia, sino también para la especie humana. Un seguro de vida para ZP y los suyos. Por eso asistiremos antes a la extinción del perro que a la desaparición (al menos política) del Rasputín sociata.