Acto de guerra

Así ha calificado, con altas dosis de sentido común, la Audiencia Nacional la muerte del cámara de Telecinco José Couso en Iraq, dando carpetazo por fin a un caso que viene coleando desde hace ya casi tres años. La muerte de Couso fue terrible, un mazazo. Pero no fue otra cosa que un dramático caso de mala suerte. La famosa teoría de los soldados estadounidenses bombardeando el Hotel Palestina (el hotel de los periodistas extranjeros) para no tener testigos de sus invasión siempre me pareció harto ridícula. Porque, ¿qué es exactamente lo que no querían que se viese? ¿La caída de la estatua de Sadam al día siguiente? ¿El paseo militar por Iraq? ¿La fulminación de todo un régimen despótico y tiránico en un abrir y cerrar de ojos? El antiamericanismo provoca ceguera en demasiada gente. La muerte de Julio Anguita Jr. por un misilazo iraquí no mereció muchas movilizaciones. Como la de Julio Fuentes en Afganistán, o Ricardo Ortega en Haití, o Miguel Gil en Sierra Leona. ¿Y todos los que hay secuestrados en Iraq? ¿Y los que matan en Colombia? Si no matan los yanquis, no hay caso. Está visto.

Los periodistas estamos donde queremos estar. Nadie ha ido jamás obligado a cubrir una guerra. Si nos matan, es porque probablemente estábamos en el lugar equivocado en el momento equivocado. Un daño colateral (cuando somos enviados especiales, ¡ojo!, no cuando son informadores locales) en toda regla, que no merece ni dos líneas. Sobre todo si analizamos el verdadero drama, el de las gentes del lugar, el de los civiles desplazados, masacrados, el de los niños obligados a combatir... Los periodistas no debemos ser noticia.

A ver qué dicen ahora todos los que promovieron todo tipo de boicots y movilizaciones contra los gobiernos de Aznar y Bush.